El análisis de Valentín Vedda sobre la conectividad de una sociedad potenciada por las nuevas tecnologías.
Valentín Vedda
Analista Económico en el Centro de Producción Documental de GEO Estudio y Opinión.
Ver perfilCreo firmemente que la humanidad ha emprendido un viaje sin retorno tras la creación del Internet. Resulta inconcebible imaginar un mundo completamente desconectado, el presente se muestra inevitablemente digital y el incierto futuro es certero en un sólo aspecto: el avance de la tecnología informática será protagonista en nuestras vidas. El punto de inflexión es claro, no sólo se trata de un invento que hace procesos más eficientes o que facilita la comunicación entre distantes partes del planeta, sino que va más allá. Puede afirmarse que incide directamente en la mecánica cotidiana de la sociedad, tanto a nivel agregado como individual. Su acople con la humanidad lleva a esta última a desenvolverse en un nuevo plano, somos parte de una sociedad en red.
Desde la creación de la World Wide Web en 1989, el acceso a internet siempre ha ido en aumento. Para el año 2000, la mitad de Estados Unidos hacía uso del novedoso invento, mientras que en el resto del mundo éste era prácticamente inutilizado. A partir del 2016, la masificación del servicio era evidente: su alcance era global y en países como Corea del Sur, Noruega o Islandia su uso incluía a más del 90% de la población; la “revolución digital” ya se había instaurado, trayendo consigo cambios irreversibles en la sociedad.
Uno de esos cambios fue el surgimiento de las redes sociales. Nunca antes en la historia de la humanidad hubo tal nivel de exposición y disponibilidad de información personal a tan fácil alcance. El hecho de que Facebook cuente con 2.4 mil millones de usuarios o que Youtube y Whatsapp cuenten con más de mil millones es verdaderamente impactante. Al poner estos números en relación a la población mundial (7.7 mil millones de personas), vemos que aproximadamente un tercio de la misma hace uso de esta tecnología. Su influencia en el funcionamiento de la sociedad es evidente, la ha dotado de una faceta digital que antes no existía. Pueden verse repercusiones a nivel individual (formas más rápidas de comunicarse, expresarse, informarse, etc.), como a nivel colectivo (se da lugar a agrupaciones por ideas políticas, difusiones de problemáticas comunes, surgimiento de ONGs internacionales, etc.). La Primavera Árabe (2010-2012) es un ejemplo que da cuenta de este punto, considerando el rol vital que tuvieron las redes sociales para forjar un pensamiento político y luego plasmarlo en distintas protestas.
Otro elemento disruptivo propio de la “revolución digital” son los criptoactivos, que lentamente van tomando relevancia en la sociedad. Lejos han quedado los tiempos en los que el uso de Bitcoin se relacionaba únicamente a la compra de bienes o servicios ilegales, hoy en día su uso -y el de las criptomonedas en general- ha ampliado sus horizontes. Su aporte es único y significativo: permite la compra de activos no fungibles (NFTs), la posibilidad de compra y ahorro del equivalente a una divisa extranjera (stablecoins), así como la fácil y privada forma de transaccionar digitalmente. Su incidencia excede a las fronteras nacionales, vincula a individuos y estados de todas partes del mundo. Esto puede verse en las variaciones de precios de los distintos criptoactivos a partir de las situaciones políticas de los distintos países, desde regulaciones por parte del gobierno chino, hasta el reciente conflicto ruso-ucraniano. Incluso el mundo empresarial comienza a inclinarse a la descentralización, tal es el caso de las DAOs (Organización Autónoma Descentralizada). Ya no sólo se trata de una sociedad en red, sino de un mundo interconectado.
Pero, ¿hasta qué punto puede afirmarse que la tecnología digital ha alterado sustancialmente a la conducta del hombre? Es innegable que los avances tecnológicos informáticos han tenido influencia en las acciones y comportamiento de las personas a lo largo de la historia; inciden profundamente en numerosos aspectos, tales como la satisfacción de necesidades o la consolidación de vínculos personales. No obstante, creo que sostener que la esencia de la conducta humana ha cambiado por tal motivo no es del todo correcto.
Consideremos, por ejemplo, a la Hélade en su época de apogeo. La misma aglomeraba diversas ciudades estado en las cuales se han asentado las bases de nuestra cultura. La conducta de los helenos, si estaba vinculada a rudimentarios avances tecnológicos, no difiere de la del hombre del siglo XXI. En palabras de Aristóteles, el hombre es un zoon politikon, un animal político. Esta atemporal definición lo describe de manera representativa tanto para tiempos clásicos, modernos o actuales. Lo que antes era el ágora en donde se discutían oralmente asuntos políticos, en el presente puede ser Twitter, que cumple el mismo rol de espacio para el debate. Los antiguos manuscritos de filosofía hoy en día pueden verse como papers académicos escritos en computadoras y difundidos en foros web científicos. Por su parte, el orden democrático de la sociedad se ha mantenido desde aquel entonces. Si bien los griegos clásicos no contaban con redes sociales o criptomonedas, puede afirmarse que en efecto sí vivían en una sociedad en red; no necesariamente una sociedad en línea, pero si en una cuyos nodos estaban fuertemente vinculados.
Sin duda, a medida que la ciencia y la tecnología fueron avanzando, los límites del conocimiento humano se expandieron. Es un hecho que el hombre clásico, moderno o contemporáneo no son el mismo. Incluso en un mismo momento de la historia, pueden verse sociedades muy diferentes entre sí. Hitos históricos como la caída del Imperio Romano, las Cruzadas en la Edad Media, el Renacimiento o la Guerra Fría han impactado directamente en la cosmovisión del hombre. Eso es evidente. El análisis del documento no gira entorno a esa clara evolución del hombre en aspectos científicos, tecnológicos u ontológicos; sino a manifestar que, a pesar de ellos, la parte sustancial humana de ser social y político se ha mantenido.
En conclusión, es un hecho que el surgimiento del Internet y todos los posteriores avances tecnológicos relacionados han supuesto un cambio en la forma de vida de los humanos. Es indiscutible la influencia de la informática en la actualidad. Si bien es cierto que hay una gran diferencia entre, por ejemplo, transaccionar con oro como en la antigüedad o con Bitcoin como en el presente, en realidad lo distintivo radica en el aspecto digital, tecnológico. Lo sustancial de la conducta humana ha sido y será lo mismo, solo que expuesto a tecnologías cada vez más avanzadas. Vivimos rodeados de bienes y servicios que tornan a ésta más intensa, pero no muy diferente de la de los hombres de hace más de dos mil años. Hoy en día no sólo somos parte de una sociedad en red, sino además de un presente digital que está constantemente en línea.
Referencias
Max Roser, Hannah Ritchie and Esteban Ortiz-Ospina (2015) – “Internet”. Published online at OurWorldInData.org. Retrieved from: ‘https://ourworldindata.org/internet’ [Online Resource]
Esteban Ortiz-Ospina (2019) – “Are Facebook and other social media platforms bad for our well- being?”. Published online at OurWorldInData.org. Retrieved from: ‘https:// ourworldindata.org/ social-media-wellbeing’ [Online Resource]