El mundo tal como lo conocíamos está dando paso a un esquema organizativo distinto. Nos encontramos transitando un camino complejo en el que las decisiones de los gobiernos del mundo están centradas en atender las urgencias que impone el coronavirus. En este sentido, vislumbramos un horizonte de corto y mediano plazo con perspectivas de cierta recuperación aunque complejo.

• Desde el punto de vista económico, las medidas de política económica, lanzadas por los gobiernos para financiar la pandemia, dejarán un enorme déficit público y una ingente cantidad de deuda pública, que habrá que financiar a largo plazo y que desplazará la carga sobre generaciones futuras.
• El retroceso del nivel de actividad económica tendrá́ un impacto fuertemente negativo sobre el mercado de trabajo, que se canalizará a través del efecto que tiene la dinámica productiva sobre los ingresos, las remuneraciones y la calidad de las ocupaciones. Esto producirá́ un aumento de la desigualdad relativa de los ingresos y de la pobreza.
• Resulta muy importante en este aspecto, la necesidad de que los países colaboren, involucren a los gobiernos en su totalidad y no solo a los sectores de la salud, y se aseguren de que nadie se quede atrás en las iniciativas de salud pública. La Organización Panamericana de la Salud se ha pronunciado en brindar apoyo a los países para establecer sistemas de salud sólidos y contribuir a que la población se mantenga saludable, incluso a pesar de la crisis sin precedentes en nuestro segundo año de pandemia.
• El COVID-19 ha provocado una revolución en la educación que alterará para siempre el mundo educativo y universitario. Las autoridades de cada uno de los gobiernos están a tiempo de cambiar el rumbo y evitar que se repita el desastre educativo del año 2020. La prioridad, hoy más que nunca, debería ser la planificación para reabrir las escuelas de forma segura.